Las restricciones que nos impuso la pandemia nos colocaron en modo trabajo a distancia. Distancia del lugar físico donde desarrollábamos habitualmente la tarea. Y distancia física de aquellos con los que compartíamos ese espacio. Trabajo a distancia 1, una alteración del espacio del trabajo que nos desafía.
¿Cuál es el impacto de esta alteración sobre las personas que trabajan?
Esta oportunidad tecnológica de trabajar desde cualquier lugar siempre que dispongamos de una laptop o un celular y una conexión no es nueva. Para confirmarlo basta con haber observado las mesas de algunos bares, las salas de pre embarque de los aeropuertos, las cabinas de los aviones, las áreas abiertas que algunas empresas ya han diseñado como espacios de coworking ocasional. Son esos lugares en los que la tecnología nos impulsa a, y nos permite seguir siendo productivos.
Quien trabaja en esas situaciones está de paso. El lugar es ocasional y transitorio; el espacio y los otros que lo rodean, pierden entidad, convertidos en un telón de fondo, un murmullo en segundo plano. Lo que importa está en la pantalla y el resto se vuelve secundario. Y aquel que está en tránsito, deviene pasajero. Quien está de paso, deviene sujeto pasajero. Encarna una subjetividad modelada a partir de una realidad donde el tiempo es veloz y los espacios se acomodan para una estancia efímera, para habilitar la conexión y poder responder al mandato de productividad personal que nos impone el sistema. Una subjetividad que se despliega en espacios cada vez más apropiados a una economía gig. 2
¿Qué gana y qué resigna una subjetividad modelada por este tiempo y estos espacios?
En la era pre industrial, el taller del artesano era un anexo de su vivienda. La Revolución Industrial desplazó ese lugar y ese modo de trabajo a los centros fabriles. No sólo creó un nuevo espacio laboral, creó también un nuevo sujeto social y una nueva subjetividad: la del trabajador industrial asalariado.
En la fábrica, al obrero se lo responsabilizó por el cuidado de sus herramientas y su espacio de trabajo.
El aprendiz barría el piso alrededor de la máquina. Al final de su turno, el operario debía dejar limpio y ordenado el lugar para la llegada del siguiente. La modernidad avanzó en la división y especialización de las tareas. El aprendiz devino pasante; la higiene y seguridad pasó a manos de especialistas y la limpieza y el orden pasó a ser una nueva posición o sencillamente se tercerizó.
La pandemia actual obligó a un nuevo desplazamiento y la (r)evolución tecnológica hizo que mucho de esto hoy haya ocupado algún rincón en nuestras casas. Curioso giro de la historia que vuelve a cargar sobre una misma espalda, y a instalar en un mismo espacio, la actividad productiva conviviendo con la higiene y el resto de las obligaciones hogareñas. Instalación de pantallas que nos permiten una comunicación de doble vía y nos obliga a decidir cuánto de nuestra intimidad estamos dispuestos a resignar o cómo queremos mostrarla.
Un nuevo giro histórico
Un giro que una vez más nos enfrenta a incomodidades, desafíos y también oportunidades. Siempre me llamó la atención el modo en que los ocupantes de cada escritorio, box, oficina, lo marcan con alguna impronta personal: la foto de los seres queridos, el escudo del club preferido, el portalápiz decorado por los hijos, el mouse pad que se regalaron, siempre, algo de la propia identidad. Intentos de generar un espacio propio en la ajenidad y estandarización de la oficina. Algo propio para habitarlo.
Habitar, ese verbo que en su raíz latina encuentra el habitare, un frecuentativo del verbo habere que significa tener, y que remite a la acción que se repite reiteradamente y por tanto nos hace resonar la idea de hábito.
Una fuerte conexión se hace evidente entonces entre el espacio que habitamos, el espacio de las rutinas de trabajo y los resultados que con ellas producimos. Articulación de espacios de producción que, a su vez, nos producen como sujetos singulares.
Desde la perspectiva del vaso medio vacío, estas novedades nos enfrentan a la necesidad de hacernos cargo de disponer de un espacio de trabajo con más las obligaciones y el costo que su mantenimiento conlleva. Descubrimos en esta carga una de las fuentes del malestar, cansancio, agotamiento, sobreexigencia, ansiedad y stress que encontramos en la consulta psicológica de muchos de quienes hoy trabajan a distancia.
Sin embargo, y aun reconociendo las limitaciones del hábitat de cada uno, un enfoque más optimista, nos señala la oportunidad de hacer de ese lugar algo muy propio, singular, cómodo a nuestro estilo, habitable, inspirador y propiciador de nuestros momentos más productivos. Algo que no es pasajero sino apropiado en los dos sentidos de la palabra: adecuación y propiedad.
Sin duda, un desafío del momento y de los tiempos por venir, consiste en conquistar el espacio, nuestro espacio para hacer nuestro trabajo a distancia. Conquistarlo para articular equilibrada y saludablemente nuestro trabajo con la intimidad de nuestro espacio vital, nuestro espacio de relación con los otros. Tarea que estamos seguros que no se agota en la adquisición de nuevas capacidades y metodologías de auto gestión, sino que requiere significativos reposicionamientos subjetivos para encararlas exitosamente.
1 Distancia, definición: espacio, considerado desde una perspectiva lineal, entre una persona o cosa y otra.
2 Una “gig economy” es un sistema de libre mercado en el que las posiciones temporarias son el modo habitual, en el que las empresas tercerizan sus proyectos de corto y mediano plazo a través de contratistas, profesionales independientes, o trabajadores contratados por tiempo determinado. Su dotación estable es acotada y se limita a un núcleo de accionistas y directivos centralizados.